Durante siglos, el mercado de la Ribera fue una amalgama de tenderetes y bajos porticados de los propios edificios, era el tiempo en el que el lugar era referencia urbana a los pies de San Antón, la Casa Consistorial y el Consulado.

A finales del s. XIX, el mercado se modernizó situándose debajo de una estructura metálica, propia de la época, y se mantuvo así hasta bien entrado el s. XX. Tras varias propuestas, entre las que se llegó incluso a plantear cubrir la Ría, se desarrolla un proyecto para sustituir el anterior mercado, ya en ruinas. El proyecto, del técnico municipal Pedro Ispizua, tiene una intención monumental y representativa, pero manteniendo siempre la voluntad higienista y de funcionalidad.

El estrecho solar en el que se sitúa condiciona la planta, también estrecha y alargada, que se va ajustando a la curva del río y cuya imagen resulta la de un buque. El edificio, de lenguaje racionalista, tiene referencias a arquitecturas centroeuropeas.

El proyecto ha sufrido una remodelación a cargo del arquitecto Emilio Puertas, que adapta el mercado a las nuevas necesidades: se derriba el ábside del mercado junto a la Iglesia de San Antón ampliando con ello el espacio publico de dicha zona, además se aumenta la superficie y el volumen del edificio, pero manteniendo las directrices compositivas de Ispizua.